sábado, 9 de septiembre de 2023

Celos a la cazuela (II Parte)

 


El amor es fuerte como la muerte, los celos son crueles como la tumba"

(Salomón)

 (II parte)

Y es que son innumerables las escenas de celos que he presenciado en la vida, unas simpáticas, otras menos.

Recuerdo con bastante énfasis la tarde que nos reunimos en casa de los amigos de la Universidad, Carlos y Yasmina.

Nos dimos cita en su apartamento de Luyanó y celebrar juntos su quinto aniversario de bodas.

Después de tomarnos en el balcón unos mojitos cargaditos con buen ron, lima y yerba buena, acompañados de chicharrones de puerco y de pellejos de pollo bien fritos…puro colesterol.

Todo fue amenizándose con buena música de los años 80, dando preámbulo a la cena en la vieja mesa de formica de ocho comensales del desvencijado comedor de la casa, aunque sus grotescos muebles se empeñaran en destilar un orgulloso olor a caoba.

De primer plato un desgranado y mantecoso congrí* seguido de un cerdo previamente asado envuelto en hojas de plátano, dos fuentes de ricos tostones y otra con yuca tan blanda casi crema, acompañada de unas malanguitas** fritas.

 Yasmina, digna heredera de los ojos verdes aceitunas de su abuela Gina , la cual  estaba orgullosa de sus raíces española y mora; era en la cocina tan hábil que todo tenía su sello propio.

_Deberías abrir un restaurante

_Sí? Y entonces para que me quemé tanto las pestañas en mi carrera de Electrónica.

 No podré olvidar la sorpresa que nos reservaba de postre.

Ella sirvió una espesa mermelada de guayaba*** acompañada de queso blanco camagüeyano, llegaba bien dosificada, repartida en menudos cuencos para complacer por igual a los once comensales que pecábamos de una gula insatisfecha.

Ante nuestro asombro, el que le correspondía a Carlos, carecía del dulce escarlata, en su lugar, resplandecía justo al centro una horquilla de pelo, la cual, asía con pujanza una hebra ensortijada color cobre, como un fiel reclamo de la atención de todos. Para los que ya habíamos observado su familiar serpenteo y tamaño, nos costó poco adivinar que su origen provenía de zonas más eróticas que la propia cabeza.

 Tiempo después, fue mi propia amiga quien me confesó que había hallado la "prueba del delito” pegada como un moco en la parte reversa de un calzoncillo de su consorte.

El caso fue que la risa nerviosa y ojos como platos, que en un inicio involucró por igual a todos los invitados, quedó relegada a un segundo plano al ver la cara descompuesta de aquel hombre estatua incapaz de levantar la vista del mantel floreado.

 Fue entonces, que la solemne anfitriona alzó la copa de vino y nos reclamó un brindis por esos cinco años y por su adúltero marido, que tan fácilmente relegaba el incondicional amor de su mujer ante el contoneo peligroso de una fugaz pelirroja.

El silencio se apoderó del lugar, terminamos la inacabable sobremesa y adelantamos con mucho nervio y poca fuerza la hora de marcharnos.

Hoy, a quince años de aquel encuentro, les puedo comentar para su sosiego, que no fue el pelillo impúdico la causa que acabo con la relación de mis amigos, la que perduró otro lustro antes de verlo partir rumbo a otros cielos más norteños, que, sin duda, le depararían nuevos amores de bermejas, pero con seguridad, nunca más la rica sazón de Yasmina.

 También por estos días me viene a la mente la graciosa historia de mi vecina Baby con aquel flamante trigueño de pelo en el pecho y anchas espaldas, que bien podía pasar por su sobrino pequeño, pero en cambio era su “novio”, y también el carnicero del barrio. Tremendo tipo para algunos y para otros, entre los que me incluyo, una perfecta cara dura.

Este trabajador de las prietas y" peligrosas carnes", nunca supuso, que unos meros frijoles iban a terminar con sus continuas aventuras estilo Don Juan en pleno Reparto de Santos Suarez.

Les cuento que la señora, que vivía sola con su amante, encontró flotando en la tasa de su baño, restos de excremento de su entrañable querubín.

 Ahí permanecían las negras alubias, aferrándose unas a otras para no ahogarse.

Holmes, Hércules Poirot, y hasta el mismísimo Mr. Monk no hubieran unido tan fácilmente las piezas de este suceso, pero para Baby, que solo se dedicaba a comer papas fritas, pizzas y solomillo a la plancha, porque era nada diestra en la cocina, solo le bastaba un detalle: 

Ella nunca haría ese potaje en su vida.

 Todavía me sacudo las orejas para sacarme de ella los gritos de la mujer al dependiente, al que le aumentó sin duda alguna su fama en el barrio, pero no precisamente como mujeriego.

 Y así pudiera seguirle contando tantas anécdotas, si no fuera porque esta nariz, que, por grande, nunca me ha traicionado, me está indicando que debo apagar el arroz con pollo y los pimientos que puse en la olla hace ya media hora.

 ! ¡Caray! ¡Y qué buen olor!

Lo cierto es que con la cocina a veces se me va la mano con el sabor que le pongo, y no es que no tenga abuela, que tampoco me queda.

¿Pero a mi recién estrenado novio le encanta repetírmelo, ufff…y aún no ha llegado?

¿Cómo es posible que haya pasado el tiempo tan rápido y no me haya dado cuenta que es la hora de la comida?

Pero…es que ya debería estar en casa.

¡Claro!

El motivo no debe ser otro que la contadora rubia con patas de grulla que llegó a trabajar en su oficina hace poco, si yo te digo, que nunca se está tranquila, nada, tengo que alzar la guardia y estar alerta …bueno, otro día continúo. Ya empiezo a ponerme nerviosa.

 Ahhh y para nada piensen que me he vuelto celosa ehh, quien lo diría, ¿yo celosa?

Puhfhh en todo caso, pre ca vi da, que no es lo mismo, jeje. ¿Qué pasa? ¿Es que acaso no me creen?

 "El que es celoso, no es nunca celoso con lo que ve, con lo que se imagina le basta.  

(Jacinto Benavente)

Final

 

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